Cuando Gretty Leonelis se hizo novia de Juan Antonio se enfrentó a su familia porque no lo querían. Unos le decían que era muy viejo para ella, pese a que solo le llevaba diez años; otros le dijeron que era peligroso porque era policía y que era casi lo mismo que empatarse con un malandro, pero ella no les hizo caso y los enfrentó.
Willmer Poleo Zerpa | Últimas Noticias
El tiempo le dio la razón a varios de sus parientes, pues cuando pasó la emoción, Juan Antonio se transformó. Ya no era el joven tierno y cariñoso que ella conoció, sino que comenzó a maltratarla y le gritaba e incluso llegó al extremo de amenazarla y hasta de golpearla. Estuvieron viviendo juntos durante casi dos años.
Su padre, Leonardo José Núñez Rodríguez, de cuarenta y cuatro años de edad, estuvo a punto de intervenir en una ocasión y ella lo frenó y le dijo que eso era un problema de ella, que ella misma se lo había buscado y que era ella quien debía resolverlo. A sus diecinueve años era una muchacha decidida y valiente.
Pero en vista de que las peleas continuaban Leonardo Núñez decidió meterse en el asunto y le pidió al oficial agregado de Polianzoátegui que abandonara su casa, ubicada en la avenida 12 del barrio La Charneca de El Tigre, pues no iba a permitir que estuviese maltratando a su hija en su propia casa. Tú serás muy policía, pero yo a ti no te tengo miedo, dicen que le dijo.
Eso ocurrió el pasado mes de mayo. No transcurrió ni un mes cuando la pareja decidió volver, pero como les daba pena regresar a la casa de los parientes de ella, decidieron irse a vivir para una pensión. Dicen que ella en el fondo tenía sus reservas, pero aceptó, pues para entonces ya sabía que tenía cuatro meses de embarazo y no quería que su hijo naciera sin su padre.
Pero como en los pueblos todo se sabe, Gretty se enteró de que su marido tenía otra mujer y desde ese día se la pasaba llorando. En una ocasión conversó con su papá Leonardo y le contó y este le dijo que si se decidía a dejarlo ella podría contar con todo su apoyo, que ella no tenía ninguna necesidad de estar sufriendo, que a la niña no le faltaría nunca nada porque para eso tenía a sus abuelos y que ella en diciembre se graduaría de técnico superior en Mecánica en el Tecnológico Anzoátegui, y que si quería seguir estudiando después para que saliera como ingeniera, que él la iba a ayudar y que su mamá le podría cuidar a la bebé, y que ella era muy bonita y de muy buenos sentimientos, por lo que hombres buenos no le faltarían, y que ella iba a ver que las cosas se le iban a acomodar.
Lo cierto es que ella se decidió, agarró confianza y un buen día aprovechó que su esposo se fue para el trabajo y agarró su ropa y se fue para la casa de sus padres. A partir de ese instante, él la comenzó a acosar. En un primer momento le pidió que lo perdonara, le prometió que ahora sí iba a cambiar; que él no tenía nada con esa otra mujer, que todos los matrimonios tienen conflictos, pero que logran superarlos, que él no podría vivir sin ella, porque ella era la mujer de su vida. Pero ella no le creyó y le dijo que, antes de tomar una decisión, debía estar cien por ciento segura, primero, de que él había abandonado a esa otra mujer que tenía, y segundo, de que había cambiado y había vuelto a ser el hombre tierno y encantador del que ella se había enamorado.
Juan Antonio insistió en varias ocasiones, pero siempre terminaban peleando y entonces él comenzaba a insultarla.
Dicen que Juan Antonio Loreto como policía era muy bueno. Tenía diez años en la institución y actualmente integraba la brigada motorizada de la policía regional, adscrito al Centro de Coordinación Policial de El Tigre. Dicen que había obtenido varios reconocimientos en su trayectoria.
Aquella tarde el sol estaba implacable y no había siquiera un hálito de brisa en todo el poblado, por lo que eran contados los vecinos que se atrevían a salir a las calles.
Juan Loreto estaba de guardia, pero le dijo a su jefe que debía ir a su casa pues se sentía muy mal de salud, y como vivía cerca, su jefe le dio permiso.
Gretty Leonelis estaba acomodando una pañalera porque en septiembre nacería su hija Camila y sentía que estos, los últimos días, pasaban como volando. Fue a visitar a un tío, acompañada de su hermanita de cuatro años, y cuando venía de regreso se encontró con Juan Antonio, quien había ido a La Charneca para ver si la veía, y quien por enésima vez la conminó a hablar. Ella al principio no quería, pero a la final aceptó y se sentaron en una acera. La niña terminó de llegar a la casa. Estuvieron discutiendo como media hora. Él le decía que no iba a permitir que le pusiera un padre a su hija y ella le decía que no pensaba en eso, pero que tampoco él iba a mandar en su vida, que bastante ya lo había soportado. Entonces él la tomó con fuerza por ambos brazos y ella le gritó, ¡suéltame! Un vecino se percató de que le estaba manoteando la cara y le avisó a Leonardo Núñez.
Un grupo de muchachos estaban en una esquina y alguno dijo algo en voz alta, por lo que el funcionario sacó su arma y disparó, pero afortunadamente no hirió a nadie. En ese instante llegó el padre de ella y preguntó qué estaba pasando y el policía le dijo que no se metiera, que eso era un peo entre marido y mujer, y entonces el hombre le dijo que sí, que él sí se metía porque esa era su hija. Y el policía sintió como que lo estaban retando y entonces sacó su arma otra vez y no lo pensó mucho y disparó, pero se volvió como loco y no solo disparó contra Leonardo Núñez, a quien hirió como tres veces en el pecho, la barriga y un glúteo, y la Beretta se movía de un lado a otro, sino que después dirigió el negro cañón hacia la humanidad de su esposa y no le importó que su bebecita estuviese adentro y disparó y luego volvió a mirar hacia la esquina y los muchachos lo veían con los ojos como salidos y él jaló el dedo de nuevo y varias balas fueron hasta allá y uno de los muchachos cayó al piso.
Gretty y su padre, así como el muchacho herido, fueron trasladados por vecinos al Hospital Central de El Tigre. Solo se salvó el vecino porque la bala se le metió fue por una pierna. Gretty aguantó dos días, pero a la final las fuerzas la abandonaron.
Cuando a Juan Antonio lo llevaron hasta la sede del Tribunal II de Control de El Tigre, llevaba las manos esposadas e iba sin uniforme. Se le veía sereno y no levantó la cabeza en ningún momento, ni siquiera cuando lo condenaron a treinta años de prisión. Afuera se habían congregado un grupo de vecinos que querían lincharlo.